Esta clase profundizó en el apostolado de Pablo, destacando que su labor como fundador de comunidades no debe entenderse al estilo empresarial o individualista. Pablo no es un “emprendedor espiritual” que decide por cuenta propia abrir iglesias, sino un enviado del Espíritu Santo, en comunión con la iglesia y al servicio del pueblo de Dios.

Desde el relato en Hechos 13, se deja claro que Pablo fue impulsado por el Espíritu, mediado por la comunidad eclesial de Antioquía, y siempre acompañado por otros misioneros como Bernabé, Silas o Timoteo. La vocación apostólica no nace del mérito personal ni de una espiritualidad que busque recompensas, sino del llamado divino que pasa por la comunidad y es vivido en comunidad.

Tres características definen esta misión: divina (iniciada por el Espíritu), eclesial (discernida y respaldada por la iglesia) y comunitaria (realizada junto con otros, en nombre de todos). Se insistió en que ninguna tarea dentro de la iglesia debe verse como una plataforma para el lucimiento personal. Las obras que el Espíritu impulsa no buscan protagonismo, sino fidelidad al llamado, incluso cuando no hay visibilidad ni reconocimiento.

Finalmente, se nos exhorto a preguntarnos: ¿A qué voz estoy respondiendo en mi servicio? Porque uno de los mayores retos en la vida comunitaria es mantenernos respondiendo al Señor, incluso cuando el camino se vuelve difícil, cuando surgen decepciones o cuando el servicio pierde brillo humano. La clase concluyó llamando a una actitud humilde, espiritual y comunitaria, donde cada servidor sepa que su lugar en la misión depende del impulso del Espíritu y no de su propia iniciativa.